Un Otro demasiado bueno

Cuando le preguntaban como era su nuevo colegio, respondía inmediatamente: « ¡es muy, muy grande! », lo que estaba lejos de ser un dato objetico de este lugar. Sin embargo, esto sí decía mucho de su experiencia subjetiva allí. En esos primeros tiempos, de nuestro centro especializado, se dedicaba a explorar todos los rincones, infiltrarse en todas las actividades y hacerse presente para todos los profesionales y los niños, de edades variadas, que estaban en la institución. Todos estos recorridos eran los que agrandaban su espacio subjetivo.
Su errónea apreciación, sobre el tamaño del lugar que poníamos a su disposición, no era sino la constatación de una paradoja: con los niños que presentan cierta dificultad para transitar el vinculo social común, las buenas intenciones del Otro social – léase, sus ganas sinceras de incluir e integrar – pueden llegar a producir una segregación mucho más radical que la que expulsa de la institución escolar (lo que aun era frecuente con los niños juzgados inadaptados hace unos años).
Porque a base de esforzarse en mantener el sujeto en el seno de la institución, acaban condenándolo al aislamiento en el interior mismo del lugar en el que se le mantiene, a lo que se suma además una vigilancia extrema, siempre llevada a los limites, de su quehacer y sus intercambios con los semejantes.
Así había sido para este sujeto de nueve años. Su ultimo curso académico transcurrió en una pequeña habitación de su escuela ordinaria, acompañado en todo momento por un solo y único adulto, cuya función recibe en España el titulo de velador – el que vela por – ya que se supone que vela por el niño como se vela a un enfermo.
En nuestro sistema educativo se pretende igualar la oferta de oportunidades para todos los niños, tomando como orientación el ideal de la inclusión y de la integración. Es un todos iguales que sin duda alguna contiene une alta carga de buena fe: lo que, como dice Lacan, lejos de disminuir el peso de su falta hace aún más imperdonable su error1.
Para los niños que no logran ser suficientemente parecidos a los demás, este ideal amable de inclusión – y sobre todo las exigencias camufladas que conlleva – deviene un imperativo terrible e invasivo, convirtiéndose en el abono perfecto para alimentar fobias y pasajes al acto, como únicos modos de enfrentar la angustia que ese Otro, con demasiadas buenas intenciones, produce. De tan bueno deviene malo, persecutorio.
Nuestra sociedad espera que los sujetos se sometan – y si es posible en silencio – a las identificaciones que dadivosamente se les endosan. Es el reino de lo que Lacan llamó « el niño generalizado », el que ha perdido su singularidad para quedar rebajado a ser un objeto como los otros: clasificado, estudiado, etc. En consecuencia, esto conlleva « la entrada de todo un mundo en el camino de la segregación »2, porque la segregación es convertir un sujeto en un objeto incluido en un programa. ¡Mismo si el programa se pretenda bueno!
Traducción : Alba Cifuentes Suarez
Revisión : Rosana Montani-Sedoud
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