Una clínica a medida, al margen del encuadre.

En el espacio hacia Pipol 8 que realiza la Comunidad de Catalunya de la ELP, Hebe Tizio recordaba que si Lacan realizó una crítica a los ideales de normalización y adaptación, es en tanto el psicoanálisis promueve la invención fuera de las normas. Y en este punto, decía, lo que se halla en juego es una cuestión ética. Cada practicante está llamado ahí a responder.
Para los que trabajamos en instituciones, ésta me parece una cuestión crucial. Es la clínica lacaniana, orientada por lo real, la que está al margen del encuadre, fuera de las normas. Por eso puede resultar difícil al practicante sostener esta orientación en la institución, regida por lógicas universales: «la universalización, que es lo propio de la civilización científica que habitamos, tiene como contrapartida, como reverso inevitable, lo que hace retorno por un proceso creciente de exclusión y segregación. ¿Qué ocurre en nuestras instituciones cuando se dice ‘el equipo debe funcionar con una sola voz, todos debemos decir y hacer lo mismo porque el niño/el joven necesita sentir y comprobar que somos coherentes y consistentes?’ (…) ¿Cómo podría un niño constituirse como sujeto si no fuera porque el adulto no es tan perfecto, ni tan consistente, si no fuera porque hay diferentes versiones, y en resumen porque lo que hay que hacer o se espera de él, no es un enunciado escrito en una pared? Este mito no es sin consecuencias, promueve la sospecha paranoica y la persecución»[1].
Ahí, frente al lugar del amo, está la posición ética a sostener: la apuesta por acompañar las invenciones de los sujetos con los que trabajamos, por mantener un interrogante sobre su funcionamiento que permita construir cada caso y extraer su lógica… y por responder allí donde el sujeto nos convoque, sea en la consulta privada, o en el despacho o pasillo de un hospital, centro o escuela.
Sabemos que no podemos ignorar las normas de la institución, ni el síntoma que la atraviesa, real que provoca su propio desconocimiento, incluso su negación sistemática[2]; pero ante todo, no podemos olvidar el síntoma de los sujetos a los que atendemos o acompañamos. Por ello, acogerlos implica trabajar con esa modalidad de rechazo que traen en transferencia. Pese a la lógica de grupo, el para todos lo mismo y la inclusión generalizada -que segrega a los que no pueden adaptarse- la clínica lacaniana es la de la singularidad del síntoma, la clínica a medida de cada sujeto.
Y en el trabajo con la psicosis, la destitución del saber sobre lo que le conviene al niño, joven o adulto, el acompañamiento entre varios intervinientes, la autorización a ir más lejos de la rigidez de la norma, ahí donde el sujeto lo exige -tomando en cuenta su enunciación, bajo un «sí» al sujeto, condición del «no»-, es una cuestión ética. «Si cedemos sobre esta posición inicial, fundadora, sobre esta posición de una pobreza que da lugar al acto y se hace rica del saber que surge de ello, nosotros somos responsables de ello»[3].
[1] Gras, P; Larena, P; Ramo, C; Sebastián, J; Viscasillas,, G., «Fenómenos de violencia y clínica psicoanalítica», Cuadernos de psicoanálisis nº 28, Ediciones Eolia, Bilbao, 2003, pág. 192.
[2] Jacques Lacan, «Proposición del 9 de octubre de 1967»: http://www.wapol.org/es/las_escuelas/TemplateArticulo.asp?intTipoPagina=4&intEdicion=4&intIdiomaPublicacion=1&intArticulo=183&intIdiomaArticulo=1&intPublicacion=10
[3] «La función de los educadores en la Antenne», por la Antenne 110, Cuadernos de psicoanálisis nº 28, Ediciones Eolia, Bilbao, 2003, pág. 122.